No hay hechos, sólo interpretaciones
by Carlos B. Gutiérrez (ed.)
Bogotá: Universidad de Los
Andes, 2004
Reviewed by María G.
Navarro
La conocida sentencia nietzscheana No hay hechos, sólo
interpretaciones es desde hoy también el título de este libro, primer volumen
inaugural de una serie que se ha dado en llamar Razón en situación. Se podría
decir que, tanto en lo que respecta al título del libro cuanto al nombre que ha
recibido la serie, se ha conseguido aquí aprehender magníficamente una de las
problemáticas más hondamente enraizadas en la filosofía contemporánea, a saber:
el problema de la racionalidad en su relación con la verdad.
Una
investigación sobre las razones por las que la hermenéutica hubo de aprehender
en conceptos la problemática filosófica de su tiempo procurándole así nuevos
caminos a la acción de pensar de los que sería testigo el siglo XX y nuestra
contemporaneidad, no podía por menos de prestar atención a la idea de
‘interpretación’ de F. Nietzsche, en quien tal vez H.-G. Gadamer –sin duda,
bajo la influyente visión que M. Heidegger sostuvo de aquél-, vio a un
importante precursor en la época del positivismo lógico. Por extraño que pueda
parecer, y exceptuando las incursiones de G. Vattimo, no son muchos los
estudios dedicados a analizar la proximidad entre Nietzsche y Gadamer. El
presente libro constituye una aportación de valor en este sentido.
En No hay hechos, sólo
interpretaciones se compilan las investigaciones de doce especialistas, cada
uno de los cuales hace frente a alguno de los tres bloques que vertebran el
presente volumen: I. De Nietzsche a Gadamer, II. La interpretación de la
hermenéutica en el siglo XX, y III. Hechos e interpretaciones en perspectiva
analítica.
El primer bloque, dedicado al
análisis de las convergencias y diferencias de planteamientos de Nietzsche y
Gadamer ha sido desarrollado por Luis Eduardo Gama, Mariflor Aguilar y Carlos
B. Gutiérrez; sus contribuciones dan lugar a una sección que logra presentar
los problemas de fondo y la complejidad de sus pensamientos de una manera
precisa y en diferentes calas.
En este primer apartado, se propone una extensa
y pormenorizada introducción a los planteamientos que llevarían al Nietzsche de
Die fröhliche Wissenschaft (“La
Gaya Scienza ”) a una crítica de la presunta objetividad y
dogmatismo metafísico inherentes en la idea de ‘realidad’ como una clase de
esencia cuya verdad queda más allá de las meras cualidades secundarias de los
objetos en las que se debate la percepción humana.
Mas, como Nietzsche sostiene
en esa obra, “[…] la apariencia del comienzo se convierte casi siempre al final
en la esencia y actúa como esencia”. Se sostiene que en la crítica furibunda de
Nietzsche al realismo ingenuo o a la metafísica dogmática subyace una
concepción de la realidad en tanto inacabado acontecer de un proceso de
interpretación que no puede tenerse por inmutable; ni de la que pueden tampoco
emanar entidades fijas, dada la dosis de instinto, fuerza activa determinada y
potencia dinámica inherente al acto de conocer y a las realidades que en tal
acto confluyen.
Trayendo a colación fragmentos muy bien reseñados de la obra de
Nietzsche, se propone una definición y una motivación radical para la
hermenéutica: “Interpretar significa […] la actividad por la que todo ser
orgánico constituye su realidad […] a esa necesidad de interpretar Nietzsche le
presta múltiples formulaciones: la necesidad de ilusión, la voluntad de
apariencia, o, en últimas, esa voluntad que prefiere querer la nada a no
querer”.
Esta motivación radical no obsta para que el mundo, según el dictum
nietzscheano, sólo sea “mundo de superficies y de signos”, y no dispongamos de
un órgano especial para apresar la verdad, aunque se nos haya dotado de una
capacidad de indagación de potencial y utilidad similar a la que actúa en la
vida. Toda proposición, tesis o figuración de lo real absolutamente fundada
conlleva la destrucción del instinto de interpretar con que la vida parece
dotar a los seres no inertes.
Esta idea de ‘interpretación’ es, en su
estructura y en lo que en ella hay de respuesta al subjetivismo moderno,
equivalente a la visión heideggeriana y gadameriana sobre que sólo hay
comprensión allí donde se gesta una interpretación.
La diferencia esencial
radicaría en que, para el primero, ésta es fruto de una fuerza creativa vital
y, para el último, se manifiesta plenamente en el fluir dialógico del lenguaje.
Son de destacar las líneas que dedica Luis Eduardo Gama a la caracterización de
la dimensión especulativa de la hermenéutica en Gadamer y en Hegel, una noción
en la que es imprescindible parar mientes a fin de entender la función y
verdadero alcance de la dialéctica gadameriana, así como su concepción de la
filosofía de la historia.
En lo que hace a los diferentes planteamientos del
problema de la interpretación en Nietzsche y Gadamer, éstas radicarían en el
particular despliegue de una misma idea, a saber: que no existe fundamentación
última de la realidad y que es en el horizonte del lenguaje donde hay que
ubicar el problema de la interpretación.
Gadamer reconoció su posición como el
intento de “pensar con Nietzsche siguiendo a Heidegger”, consciente como fue
del valor epocal de la filosofía de Nietzsche, esto es, de la significación
universal que alcanzó a tener la acción interpretativa a partir del momento en
que la cultura se vio sometida a una de sus críticas más radicales. Sin duda,
encontrará el lector en esta idea un sólido comienzo para iniciar un análisis
comparativo entre ambos filósofos.
Es de reseñar la simetría entre el famoso
dictum nietzscheano que da título al volumen y la paráfrasis gadameriana a
partir de la tesis de Wilhelm Humboldt que reza: “sólo hay acepciones del mundo
[…]. No hay por un lado ‘acepciones del mundo’ y por otra el ‘mundo en sí’
absoluto”.
Existen, por tanto, numerosos puntos de partida entre uno y otro, y
en general puede decirse que, sobre todo, se aprecia una labor de continuidad
en el pensamiento que los confronta.
En Gadamer, la radical lingüisticidad en
que se asienta todo acto interpretativo tiene como fin último restituir
especulativamente una continuidad histórica de sentido, el resultado de su
análisis da por resuelta la aporía subjetivista de la modernidad, en la medida
en que se muestra que la capacidad de comprensión del intérprete viene mediada
por el reflejo especulativo de una totalidad histórico-cultural previa.
Esta
era la respuesta gadameriana al dilema efecto de pensar la fijación del significado
en tanto producto de una imposición o de un devenir histórico contingente, y en
el que Nietzsche abundó con una generosidad sin límites: ora mostrando el error
de asociar el nombre de las cosas con verdades eternas, ora arremetiendo contra
la idea de que exista una sincera dicotomía entre ‘un mundo de apariencia’ y
‘un mundo-verdad’; igualmente, se le debe a él hacer radicar la crítica a este
dualismo en las implicaciones derivadas de la competencia lingüística alcanzada
por el hombre.
Por tanto, podría afirmarse que, más allá de las diferencias de
estilo o de carácter, existe en ellos una forma de comunión en la acción de
configurar un problema común, límite del paradigma epistemológico moderno, y
cuyo diseño argumentativo y potencial teórico ha hecho entrar en crisis los
postulados básicos de una época.
Una de las consecuencias derivadas de la
fórmula de Nietzsche no hay hechos, sólo interpretaciones, es la presunta
universalidad de la interpretación en tanto categoría; la noción nietzscheana
de ‘genealogía’ conlleva una de las más esmeradas y productivas aplicaciones de
la interpretación en tanto categoría.
El lector interesado por los desarrollos
de la hermenéutica en la ciencia experimental encontrará en el artículo a cargo
de Carlos B. Gutiérrez una exposición realizada en diferentes calas sobre el
planteamiento del segundo Wittgenstein que le llevará desde Pierre Duem, y su
idea de que un experimento en física exige de una demarcación de fenómenos
acompañados de una interpretación de ellos, a la visión popperiana,
profundamente hermenéutica, de las ciencias naturales, o a la crisis de la
teoría positivista que culminó con La estructura de las revoluciones
científicas, hasta culminar en el planteamiento de Ulises Moulines.
Planteamientos de esta guisa continúan en la tercera sección a cargo de José
Granés, Felipe Castañeda, William Duica y Andrés Páez. En ellos el lector
encontrará desarrollados con detalle gran parte de los repertorios
argumentativos que nos descubren la actividad teórica en ciencia, así como la
actividad experimental misma, sumida en el reconocimiento del paradigma
hermenéutico que subyace a la investigación.
En el caso de la ciencia
experimental, las interpretaciones se sustentan discursivamente a través de
grandes conjuntos y tipos de inferencias, contrastaciones experimentales y
deducciones; por lo que, a juicio mío, sería de gran interés un análisis sobre
los tipos de argumentación posible -estudio que la dimensión retórica inherente
a la hermenéutica habría de tornar necesario-, a fin de dar forma a una posible
teoría normativa sobre los casos de validez en la teoría de la interpretación.
Llamará la atención del lector cómo la comprensión en clave hermenéutica del
quehacer científico nos descubre: pluralidad de planteamientos, concepciones
diferentes sobre qué sea un ‘hecho científico’, variados estilos de
pensamiento, así como la potencia conformadora del lenguaje científico de cada
periodo histórico, etc., revelando así la autoridad del punto de vista
hermenéutico en la formación contemporánea de un ideal de racionalidad.
El
artículo de Felipe Castañeda propone un análisis centrado en el pensamiento de
Wittgenstein y una lectura del mismo en clave hermenéutica: desde él se
analizan las consecuencias epistemológicas derivadas de la existencia de varios
lenguajes, y la fijación de criterios de realidad e ideas de ‘hecho’ fijados
desde el interior de cada uno, constituyendo así un límite -a tener presente en
futuros desarrollos de la hermenéutica- del dictum nietzscheano que reúne estas
investigaciones, y que debe entenderse como un lema contra la determinación
metafísica del positivismo lógico y el subjetivismo moderno, mas no como una
negativa a la configuración hermenéutica de la noción de ‘hecho’ o ‘realidad’.
En armonía con este planteamiento, William Duica propone abordar qué cabe
entender por ‘verdad’ cuando la diferencia entre ‘esquema conceptual’ y
‘contenido empírico’, de que hablaba Donald Davidson, amenaza con dar lugar a
nuevos dualismos.
La propuesta de Davidson de aceptar la prueba de la
coherencia como prueba objetiva de la verdad, ya que no requiere ser
confrontada con hechos no interpretados es un interesante modelo que polemiza,
consistentemente, con la idea de un realismo sin hechos o incluso el
escepticismo.
La segunda sección, La interpretación de la hermenéutica en el
siglo XX, reúne trabajos de Cecilia Monteagudo, Paulina Rivero Weber, Róbson
Ramos dos Reis, Sergio de Zubiría y Ambrosio Velasco Gómez; en torno,
respectivamente, a la influencia husserliana sobre Gadamer y a sus nociones de
‘horizonte de experiencia’ y ‘mundo de la vida’ como ‘horizonte viviente’; al
efecto precursor de Nietzsche sobre la hermenéutica moderna; a la dimensión
existencial de la noción de ‘ciencia’ en el pensamiento de Heidegger; a la interpretación
de G. Vattimo de los sentidos del nihilismo en la hermenéutica; y a la
comprensión de las tradiciones científicas y políticas como marcos
interpretativos expresos.
La descripción somera que aquí se hace de las tres
secciones que dan forma a este volumen tal vez sea suficiente para atisbar la
magnitud de la propuesta que esta serie promete, a saber: ofrecer una idea de
la transformación hermenéutica de la filosofía en clave histórica, esto es,
haciendo un recorrido que va de Nietzsche a Wittgenstein a Davidson a Popper a
Fraseen o a Achinstein, etc., evidenciando así que la fuerza paradigmática de
la hermenéutica radica en la idea de filosofía que en ella se juega.
A juicio
mío, la serie Razón en situación promete indagar en la comprensión gadameriana
acerca de qué sea el pensamiento especulativo; una promesa a la altura de la
cual está No hay hechos, sólo interpretaciones. Por todo ello, el atento lector
hará muy bien en seguir su pista.
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