Memoria, hermenéutica y educación
by Joaquín
Esteban Ortega
Madrid:
Biblioteca Nueva, 2002
Reviewed by María G. Navarro
Educar
la memoria
Armado
de espíritu crítico y una espléndida formación en el universo de la filosofía hermenéutica,
en los desarrollos de la filosofía contemporánea, así como en pedagogía y
sociología de la educación, Joaquín Esteban Ortega elabora en Memoria, hermenéutica y educación una
reflexión equilibrada, imbuida, por una parte, de la vocación totalizadora de
la filosofía como pensamiento sobre la actualidad, y por otra de la
actualización del saber históricamente acaecido que toda reflexión filosófica
implica: es justo, pues, atribuir inteligencia al interés del lector de hoy día
por las perspectivas multidisciplinarias. Ahora bien, cuando confrontamos esta
tendencia actual a favor de la complejidad interdisciplinaria con la desmemoria,
dogmatización o anquilosamiento y fundamentalización de tradiciones con las que,
en ocasiones, se afronta la misión socializadora de la educación, entonces nos
encontramos con que es de justicia acercar la filosofía a la educación. La
motivación última del libro es mostrar la voluntad de divergencia, de
diferencia, de la filosofía y de la educación y de qué modo: método y razón de
ser de una y otra convergen en el paradigma hermenéutico. Mas vayamos por
partes, ya que se requiere de una contextualización previa para comprender la
razón de ser de esa conciliación entre estos dos saberes.
En su libro Emilio
Lledó: Una filosofía de la memoria ya escribía el autor sobre el intento de
superación de la divergencia sujeto-objeto y de su escisión epistemológica en E.
Husserl y sobre la presunta identificación de “vida” en la fenomenología con la
vida de la conciencia trascendental, una identificación de la que desconfió H.-G.
Gadamer y que llevó al M. Heidegger de Ser
y tiempo a reivindicar la ligazón entre finitud e interpretación, en virtud
de la conexión radical del Dasein con
la existencia, con la vida. Vida con la que W. Dilthey, precursor de ambos,
liberaba al concepto de experiencia de las estrecheces epistemológicas del
neokantismo. En este libro escribía el autor: “La vida quiere ser también, por
tanto, memoria”. Vida, memoria, historicidad, rehabilitación de la filosofía
práctica y hermenéutica aristotélica, temporalidad de la comprensión, Lebenswelt husserliana etc. que
concurrieron en una transformación de la filosofía —pero también, a la postre,
de las llamadas ciencias naturales, cuya distancia no habría de hallar
fundamento, al cabo, en un modelo otro, no constructivista, de verdad, realidad
o conocimiento— llamando con ello la atención sobre el lenguaje, la influencia
de la pragmática sobre la semántica, la historia de los conceptos, los modos de
argumentar y, en definitiva, de entender el asunto de la razón.
Esta nueva koiné que
es la hermenéutica para el conjunto de las disciplinas de conocimiento
justifica que el autor vea en la educación una responsabilidad política que no
puede quedar alejada de la órbita de la nueva koiné ni en el espíritu, ni en las teorías curriculares con que se
deben hacer frente a tres problemas básicos, a saber: el de la tensión entre el
vívido mundo de las imágenes —no conceptual, añade el autor— y el mundo de la
oralidad y la escritura de las instituciones educativas. Tensión entre lo
inmediato, fragmentario y discontinuo de las imágenes que sólo puede liderarse
desde la asunción lingüística y estética de la comprensión. La educación, en
segundo lugar, debe hacer frente a las transformaciones sociales en el seno de
los nuevos modelos familiares —cambios éstos que “la convierten en una fuente
de tensión cultural”— y, por último, debe redefinir la misión del educador como
mediador entre la “dinamicidad de la cultura y la transmisión tradicional” —asunto
que aborda desde los estudios de A. Hargreaves sobre el nuevo orden de producción
postindustrial, su complejidad tecnológica y diversificación organizativa, las
cuales aconsejan desarrollar nuevas destrezas curriculares—.
Memoria, hermenéutica
y educación es un libro dividido en tres partes. Baste lo dicho hasta aquí
en lo que hace a su primer capítulo: Memoria y educación, que no sólo está
destinado a realizar ese esfuerzo de convergencia entre la función
socializadora de la educación y el empeño hermenéutico por revitalizar la memoria
y que se observa desde la razón histórica de Dilthey, hasta la rehabilitación
de la phrónesis aristotélica en la
obra de Gadamer y el pensamiento heideggeriano que piensa al ser como
diferencia, esto es, no como objeto sino como lo no presente rememorado… La
vida, como indicábamos arriba siguiendo al autor, demanda precisamente un
entendimiento nuevo sobre la praxis que
tiene que ver con lo viviente, con la necesidad que todos tenemos de alcanzar a
tener preferencias sin “atenernos a principios generales que se sustraigan a la
situación concreta de la vida”: difícil calibrar o mensurar éste al que nos
vemos expuestos no sin una dotación especial: la del lenguaje que nos liga al lógos de la memoria.
En suma, el lector familiarizado con todos estos debates
encontrará en esta primera parte una hermosa trama argumentativa que, con
objeto de llamar la atención sobre un modelo educativo que encuentre en la
hermenéutica una permanente llamada al reto de la educación, se convierte —para
servir de veras a ese desafío— en una reflexión sobre ese tipo de memoria que,
se decía en el Fedro, acabaría siendo
transformada por la escritura y toda otra técnica de retención y sobre la que,
en general, el mundo griego veía una vinculación con la verdad: esa forma,
común a todos, de enriquecer “las ausencias del olvido”.
La segunda parte está titulada: Cultura, hermenéutica y
educación, se encontrará en ella el lector no sólo una continuación, en clave
hermenéutica, de la experiencia educativa: el desfase entre cultura y escuela,
el talante de hermeneuta condición de posibilidad de toda experiencia
educativa, etc. sino una lectura —hasta tal punto la imbricación entre
educación y hermenéutica— de la raíz fenomenológico-hermenéutica de la pedagogía
narrativa del ambiente propuesta, en Italia, por A. Valleriani. En oposición al
reduccionismo metafísico del punto de vista ambientalista que considera el ambiente, y su impronta
espiritual, como el espacio cultural —cohesionado por medio de instancias que
van de Dios a la patria, etc.— que explica la pertenencia y modo de ser de los
individuos; pero también frente a la postura contraria que quiere ver en la
singularidad de los individuos la clave para organizar toda propuesta
curricular, el punto de inflexión lo constituiría una concepción divergente que
radicaliza la potencia de la narración como estrategia de interpretación. Nada
cae fuera del interés de la narración por la producción de sentido: desde la
estética, la ética, la religión, la política, la misma literatura, etc., de ahí
su idoneidad.
Memoria, hermenéutica
y educación es también, a mi modo de ver, un libro que explora una de las
dimensiones más interesantes de la filosofía hermenéutica, aquella que la
desvincularía de su vertiente más ilustrada, a saber: la dimensión del dolor. Como
escribía el mismo Gadamer en Verdad y
método y nos recuerda Joaquín Esteban Ortega: “Lo que el hombre aprenderá
por el dolor no es esto o aquello, sino la percepción de los límites del ser
hombre, la comprensión de que las barreras que nos separan de lo divino no se
pueden superar. En último extremo es un conocimiento religioso, aquel que se
sitúa en el origen de la tragedia griega”. A partir de esa vertiente trágica y
griega en el pensamiento de Gadamer el autor reflexiona sobre la potencia de
ese páthos activo en el interior de
la memoria, del lógos y del diálogo,
desde los que se reclama una vinculación entre tragedia y hermenéutica. Llamará
la atención del atento lector que la última parte del libro, y una vez tiene sabido
de su apuesta por la experiencia del límite en la hermenéutica, se convierta
entonces ésta en un elenco de secciones de escritura densa y poblada de
referencias de precioso valor para el interesado en tomar realmente el pulso al
estado de la hermenéutica contemporánea: éstas van desde su interpretación de
la noción de analogía propuesta por
Mauricio Beuchot —un punto intermedio entre la equivocidad y la univocidad
pensado a la luz, precisamente, de ese dinamismo
trágico de la mediación—, pasando por la lectura rortyana de la teoría
moderna del conocimiento y su contrarréplica en un modelo retórico y
hermenéutico.
En suma, el ideal de Schleiermacher de la hermenéutica como
comprensión investigando inspira la decidida voluntad de aprendizaje de la
hermenéutica filosófica —tan presente en la escritura de este libro— pero, por
otra parte, merecerá toda la atención del lector el análisis sobre la querencia
de la hermenéutica por la finitud y el espíritu de la tragedia con el que no
sólo pone un preciado broche al libro, sino que sitúa certeramente uno de los
legados más valiosos en la obra de Gadamer.
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