Aranguren: filosofía en la vida y vida en la filosofía
by Ana Romero de Pablos, Concha Roldán y Marta I. González
García (eds.)
Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales/Instituto de
Filosofía, CCHS-CSIC, 2009
Reviewed by María G. Navarro
"La vida es influencia, cambio, movilidad. Ser fiel a
la vida requiere pues una cierta infidelidad
en cuanto lo contrario de fijación"
José Luis L. Aranguren, Memorias
y esperanzas españolas, Madrid, Taurus, 1969, pág. 218
Aranguren: filosofía en la vida y vida en la
filosofía llevó por nombre la exposición sobre la figura y el legado de
José Luis L. Aranguren (Ávila 1909- Madrid 1996) que pudo verse desde el 4 de
junio al 26 de julio de 2009 en el Pabellón Transatlántico de la Residencia de
Estudiantes de Madrid con ocasión del centenario del nacimiento del filósofo
abulense.
Las comisarias de la exposición fueron Ana Romero de Pablos y
Concha Roldán, quienes contaron con el asesoramiento científico de Javier
Muguerza, la coordinación técnica proporcionada por la Residencia de
Estudiantes y las labores de diseño y dirección del montaje expositivo de Erik
de Giles.
El Instituto de Filosofía del Centro de Ciencias Humanas y
Sociales (CCHS) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) dirigido
por Concha Roldán, en colaboración con la Sociedad Estatal de Conmemoraciones
Culturales rindieron homenaje a uno de los intelectuales más importantes del
pensamiento contemporáneo hispanoamericano invitando al público a la tarea de
volver a construir e indagar no sólo en la figura y en el personaje de
Aranguren, sino en la complejidad del tiempo histórico en el cual se desarrolló
su pensamiento y su vida, así como en el modo en que aquél supo elaborar:
política, pensamiento y existencia dando lugar a lo que Javier Muguerza ha
llamado “los magisterios de Aranguren” (pág. 33).
“Filosofía en la vida y vida en la filosofía” tiene ya el
poder de evocar no sólo el título de las famosas cuatro conferencias impartidas
en 1992 por Aranguren en la Residencia de Estudiantes en lo que fuera el origen
de las, a día de hoy, de todos conocidas Conferencias
Aranguren organizadas anualmente por el Instituto de Filosofía del CSIC,
sino que es además el título, por una parte, de una exposición ubicada en el
mismo enclave pero diecisiete años después; y de la otra, el título de un
Catálogo de exposición —coordinado igualmente por Ana Romero de Pablos en
colaboración con Concha Roldán y Marta I. González—, que recoge una valiosísima
selección de testimonios y claves de comprensión de entre aquellos que le
conocieron en diferentes etapas de su vida. Este es un sencillo ejemplo de
cómo, en palabras de Ana Romera de Pablos, la cultura material legada por el
autor se emplea a fondo en un diálogo constante con la memoria viva de los
hechos. Pero es también un ejemplo de cómo la filosofía moral de Aranguren —definida
por algunos como la crónica moral de un tiempo—, no sólo es el resultado de la
tenacidad de carácter y paciente voluntad con las que, muy perspicaz e incluso
astutamente, quiso éste elevar a concepto el tiempo que le tocó vivir sino, por
encima de todo, el efecto de establecer diálogos en constante evolución entre diferentes
espacios: poesía, mística, pintura, escultura, religión, literatura, política,
ética, sociedad, Iglesia, poder, erotismo, universidad, público, medios de
comunicación, democracia, heterodoxia, cristianismo…
Como a todos estos espacios quiso aproximarse Aranguren desde
el oficio de intelectual, y por tanto —como ha indicado Reyes Mate— desde “la
perspectiva general de la emancipación” (pág. 362), el mérito de aquél no es
tanto el de haber elevado a concepto el tiempo histórico cuanto el de haber
sabido elegir un tono de voz en cierto modo adecuado para los hombres de su época.
Un modo de hablar distendido y coloquial y una voz que Javier Muguerza ha
descrito como “más bien baja y hasta algo desmayada” (pág.38) y que Josep Maria
Castellet y José Francisco Yvars rememoran “con aire coloquial, cercanísimo,
apoyando en la mano su cabeza” (pág. 237) que es tal y como aparece en la
fotografía que sirve de portada tanto al cartel anunciador de la exposición como
a la portada del Catálogo. Imagen captada por la cámara de Juan Antonio Rodríguez
en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo en 1987.
Por todo ello, uno de los aciertos del espacio expositivo
creado consistió en ofrecer las condiciones de posibilidad para sumergir al
espectador —además de a la figura misma de Aranguren— en los tiempos que le
tocaron vivir con el fin de apreciar, en primer lugar, los elementos que
pudieron condicionar su trayectoria vital y su biografía intelectual; y de
resultas de todo ello, poder plantearse a día de hoy en qué sentido es la
cultura filosófica de nuestro tiempo heredera de su legado.
A este efecto, la exposición estuvo organizada en cuatro
partes para cuya división se siguió un criterio tanto cronológico como
temático: “Tradición y crítica (1945-1955)”, “Nuevos espacios para la filosofía
(1956-1965)”, “Pensamiento itinerante (1966-1976)” y “El oficio del intelectual
(de 1976 en adelante)”. Las tres reflexiones más importantes en la trayectoria
intelectual de Aranguren, a saber, religión, ética y política conocen una trama
común: son estos cuatro espacios cronológicos en los cuales filosofía es a vida
como vida a filosofía.
Tres reflexiones fundamentales de una vida a la que las comisarias
de la exposición han sabido destinar cuatro bloques cronológicos para los que
se seleccionó con minuciosa atención y una declarada voluntad de síntesis parte
de los fondos legados por su propia familia al Instituto de Filosofía del CCHS del
CSIC bajo el Archivo Aranguren, de
cuyas primeras andanzas da cuenta con pluma ágil y vivaz memoria Isabel
López-Aranguren, en el mismo catálogo de la exposición (págs. 163-190). Legado
que se seleccionó y expuso sabiendo encontrar para él una ubicación especial:
la Residencia de Estudiantes de Madrid, a la que estuvo sentimentalmente ligado,
a la par, el intelectual abulense y una de las etapas del Instituto de
Filosofía otrora ubicado en la misma calle Pinar.
El deseo de ofrecer al público los documentos más
importantes de la cultura material legada por Aranguren supuso todo un desafío
en lo que respecta a la búsqueda de los criterios estéticos adecuados para
desplegar los documentos a un tiempo con rigor y con dinamismo. En efecto, sólo
una sólida y pregnante estructura temática junto a una depurada selección de
criterios en el diseño expositivo hicieron posible convertir en una narración
elocuente y viva la obra expuesta: desde expedientes académicos, hasta listados
de libros leídos y/o adquiridos que Aranguren gustaba en confeccionar, una
correspondencia dilatadísima y cuantiosa que mantuvo durante toda su vida con
otras personalidades de su tiempo acaso únicamente disminuida a consecuencia
del uso extendido del teléfono, esquemas de conferencias, el folleto de las
afamadas primeras Conferencias Aranguren,
invitaciones a audiciones, telegramas varios firmados desde Felipe González a
Joaquín Ruiz-Giménez, fotografías originales de Eugenio d’Ors, de Xavier
Zubiri, los primeros libros leídos en sus años de recogimiento durante su
periodo de religiosidad intimista y privada tal y como la describe con
pulcritud Manuel Fraijó (págs. 135-158), los libros de poesía que le
acompañarían toda la vida como muy bien recalcan Felipe López-Aranguren (pág.
89) y José M. González (pág. 307), los libros que más adelante editarían otros
acerca de él, sus primeros artículos aparecidos en lugares tan diversos como la
Revista Escorial, Índice, Espadaña, Arbor,
Cuadernos para el Diálogo o Isegoría,
sus trabajos como articulador de de las Conversaciones Católicas
Internacionales de San Sebastián, su artículo aparecido en 1953 en Cuadernos Hispanoamericanos sobre “La
evolución espiritual de los intelectuales en la emigración”, además de una
muestra representativa de sus artículos escritos para la prensa periódica o el
documental “Semblanzas” emitido el 10 de octubre de 1991 por RTVE con el que se
concluye el itinerario expositivo, etc.
Desde el punto de vista del diseño expositivo, seguramente
no fue tarea fácil saber acompañar a la sobriedad y austeridad del intelectual,
así como al espíritu expositivo de la muestra —la cual con toda seguridad exigió
al público hacer un esfuerzo intelectual derivado no sólo de la naturaleza del
material documental sino incluso del plástico (obras de Eduardo Chillida,
Antoni Tàpies, Stella Wittenberg, Eugenio d’Ors, Benjamín Palencia, etc.) —, a
la que habría de sumarse la complejidad de la propia historia de España y del
repertorio de acontecimientos políticos de carácter nacional e internacional a
los que la vida de Aranguren estuvo intrínsecamente ligada. Pero lo cierto es
que Erik de Giles supo encontrar, a través de su labor de diseño del montaje
expositivo, una combinación de grises y azul pálido con los que hizo propicia la
concentración del espectador al generar una atmósfera de sosiego, claramente
despejada y sólida, en la que las vitrinas y documentos se supieron iluminar
sin restar a la reflexiva penumbra el protagonismo adecuado al ideal de
austeridad y simplicidad de elementos y colores que presidió en las distintas
salas. Al equilibro entre las luces y las sombras se sumó el diseño de líneas
vinilo de color gris que recorrían horizontalmente la sala con el afán de
inscribir y ordenar no sólo los materiales expositivos, sino la propia mirada
del espectador. Se hizo por consiguiente ostensible el propósito estético de
liberar todo lo posible a las paredes de material documental adaptando las
exigencias de exposición a los criterios de narración y cronología programados
por las comisarias.
Pero no sólo el éxito de una exposición depende en gran
parte del modo en que se sepan aceptar ciertos constreñimientos materiales
(quedan aún muchos Aranguren por descubrir, documentar y narrar) sino sobre
todo por no renunciar a lo que Antonio García Santesmases ha descrito como “la
necesidad de preservar la imaginación utópica como exigencia nunca satisfecha
de una democracia como moral” (pág. 295). Pues ¿qué sino esa exigencia de
preservar la imaginación utópica podría llevarnos a “descubrir nuevas formas de
pronunciarse y nuevos lugares desde los que hacerlo” (Reyes Mate, pág. 362)? Y
es que la exposición que conmemoró el centenario del nacimiento de Aranguren
fue precisamente una forma nueva de pronunciarse: acerca de un intelectual
emblemático, acerca de la evolución sufrida por España desde los años
cincuenta, acerca de la memoria de una Institución y acerca del protagonismo de
las voces y de las personas que cuidan y presentan al público a día de hoy el
legado de una filosofía en la vida y una vida en la filosofía.
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