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Enrique Alonso (2015) El Nuevo Leviatán. Una historia política de la Red. Diaz & Pons Editores. 208 pp., ISBN: 978-84-942496-9

Reviewed by María G. Navarro 

Dilemata. Revista Internacional de Éticas Aplicadas. Año 8, núm. 22, págs. 363-369





A riesgo de equivocarme al elegir el tono o, mejor dicho, el enfoque, deseo comenzar esta reseña constatando la enigmática dificultad que supone describir, comentar o, aún más, llegar a desentrañar el alcance filosófico y político de El nuevo leviatán: Una historia política de la Red. Explicaré de inmediato a qué me refiero.

Nos encontramos ante una obra publicada en la editorial Díaz & Pons pero dentro de una línea editorial —la colección Kritik— reservada para la publicación de obras como las de Ivan Illich, un analista y visionario austriaco dedicado a la investigación de las relaciones entre individuo y sociedad. Este es, por consiguiente, un libro dedicado a una forma de ensayo para la que se ha concebido un diseño editorial cuyo volumen y portabilidad se ajusta al máximo a la función socio-política que cumple todo dispensador. Lo que aquí se franquea o distribuye exige la concreción de un diseño de esta naturaleza. La mayoría de los dispensadores de ideas y objetos de consumo de más poderosa proyección socio-política tienen las dimensiones de un auténtico libro de bolsillo, es decir, de un proyectil. En su dimensión divulgativa, este libro no solo funciona como un proyectil, también se relaciona con objetos y temas de investigación social cuyo trayecto no solo presentimos en curso sino tan próximo a nosotros mismos como lo puedan estar los dispositivos electrónicos que llevamos encima en nuestros desplazamientos.

La metáfora explicativa del proyectil, que tan pronto percibimos impulsando desde el origen lo que él mismo proyecta como enfrentando aquello en lo que hace diana, tal vez nos «hace ver» uno de los elementos que el propio autor quiso destacar durante la presentación del libro que tuvo lugar en la liberaría Traficantes de sueños el ocho de junio de 2016: «a veces el futuro se anticipa». Y en esto radica esa dificultad enigmática a la que me refería al principio: al desentrañar la historia política de la Red, Enrique Alonso nos confronta con un tipo de trayectoria que no está completa a día de hoy (no puede estarlo); y en relación a la cual no contamos con suficientes teorías explicativas. Este es el desafío que enfrenta este ensayo, y en él se puede reconocer una disposición pedagógica particular del autor que, en conversación con su público, reconoce haber escrito este libro porque, llegado un punto, no parecía en absoluto fácil responder a la pregunta de quién manda en la Red. Este es un libro escrito por un especialista que reconoce su necesidad de aclararse cuestiones. Es un libro necesario en primer lugar para su autor. En mi opinión, de aquí se derivan muchas ventajas. Y sí, estoy pensando en ventajas comparativas como no podía ser de otro modo. Las historias de la Red, por lo general, no dan cuenta del enfoque desde el que estas son concebidas, fomentando así la equívoca idea según la cual la Red sería un hecho (no un significado) en cuya datación intervendrían ciertas demandas y acontecimientos relacionados con su satisfacción y/o su respuesta. A mi modo de ver, este libro ofrece al lector una perspectiva (histórica) que accede a su propia razón de ser conforme avanza el libro: porque se construye como (historia) política de la Red. Una historia de padres fundadores, de gurús del software libre, de instituciones y de desafíos: sobre los modos en que entendemos e incluso imaginamos las negociaciones o sobre la limitadísima penetración institucional de la cultura democrática prototípica de los modelos representativos, etc.

Esta es una historia de la Red como un hecho cuyo sentido se disputa, y en la que intervienen diferentes tipos de agentes, de colectivos y de agencias. Al aplicar verdaderos procedimientos de indagación sobre realidades omnipresentes en nuestras vidas (qué es Yahoo, cuáles fueron las primeras leyes de la Red, cuál fue el impacto de las organizaciones dedicadas a la edición de estándares industriales, qué es un protocolo y un largo etcétera) este libro también puede entenderse como un auténtico ensayo de cultura digital. En El nuevo leviatán las piezas de una complejísima ingeniería aparecen por fin no solo desguazadas como si fueran piezas de un mecanismo sino, antes bien, desentrañadas en el interior de un relato. La lectura de esta obra hace notar a sus lectores hasta qué punto la narrativa en la que nos desenvolvemos como usuarios de la Red puede tornar opaca la verdadera historia subyacente, y, como consecuencia de ello, sustraernos de la reflexión sobre su significado y su proyección social, política, institucional y económica.

Pero este libro no solo se centra en el examen y reconstrucción históricas de las condiciones que hicieron posible la Red tal y como la conocemos, también consigue franquear y proyectar políticamente esa investigación histórica con el propósito teórico de dar una respuesta tentativa a la pregunta de cuál es el gobierno de la Red e invitarnos a dilucidar con él qué clase de futuro se (nos) anticipa. Este es por consiguiente un libro en el que se exhibe una extraña sintonía intelectual con las dificultades y perplejidades experimentadas en la actualidad por cualquier ciudadano (esté o no conectado, conozca más o menos el alfabeto digital de nuestros tiempos). Muchas de esas dificultades ya no dependen exclusivamente de aspectos como el particular grado de alfabetización digital, sino del hecho principal de que la transformación digital ya no solo es un problema tecnológico sino un desafío (e incluso un compañero de viaje más) en nuestras democracias.

Ya en La quimera del usuario. Resistencia yexclusión en la Era digital, Enrique Alonso nos advertía de que

 «quien posea el código que controla los mecanismos de la sociedad de la información determina las reglas, los derechos y los flujos de todas nuestras interacciones. Acceder o no a ese código representa la diferencia entre poder sentirse libre ante la herramienta que uno debe manejar, o aceptar mansamente las condiciones que ella nos impone.» (2011, 25)

Sin embargo, en la constatación misma de esta experiencia (la de un conocimiento limitado de ese código) ningún ciudadano puede desentrañar la razón de ser de que los mecanismos de la sociedad de la información sean como son. Nuestras limitaciones e incluso nuestras destrezas al utilizar ese código no nos garantizan un entendimiento de su significado o de su transcendencia en términos socio-políticos. A mi modo de ver, es precisamente en su última obra donde Enrique Alonso explora a fondo esta y otras cuestiones cuya actualidad e inmediatez con demasiada frecuencia tienen el paradójico efecto de sustraernos de un debate latente, que subyace tanto a los procesos iniciales de institucionalización de la Red, como a su liberalización y a su posterior receptación de poder. Más que un ensayo de cultura digital (o además de esto), en El nuevo leviatán se consigue proyectar un discurso en el que se entrelazan cultural digital y cultura democrática. Ninguna de las dos puede ya concebirse por separado ni funcionarán ya seguramente en el futuro por separado. No deja de ser un mérito pedagógico particular de su autor que la reflexión acerca de estas dos dimensiones fundamentales de la cultura (e.g. la digital y la democrática), que atraviesan nuestra condición de ciudadanos, hayan sido por fin rastreadas por un experto en computación cuya formación humanística le ha permitido concebir un libro realmente útil. Aunque su autor reconoce con humildad que en la génesis de su texto intervino, sobre todo, su necesidad de escribir un libro para aclarar ciertos asuntos en primer lugar a sí mismo, cualquier lector reconocerá en él la discreta virtud de quien se sabe poner en el lugar del otro. O en plural: otros; porque lo cierto es que su autor parece haberse puesto en el lugar de muchos. En primer lugar, y por comenzar por algún sitio, se ha puesto en el lugar de quien no es un ingeniero informático, pero siempre quiso entender el origen de Internet como si lo fuera (¿no habría de existir en puridad semejante derecho si se contase con un experto con la capacidad pedagógica suficiente?). También se ha puesto en el lugar de quien quiere pensar la Red, filosofar sobre ella, pero al iniciarse en este tema se encuentra con discursos ya hechos en torno a este mismo tema en los que se escamotea la información histórica necesaria para entender los productos teóricos que quepa asociar a este fenómeno como resultado de pensar sobre él. O, al contrario, se topa con historias muy detalladas acerca de gurús, empresas y propósitos militares que no terminan de despegar hacia ningún lugar. El nuevo leviatán es una obra proyectil. Se pone en el lugar de una colectividad, de un conjunto de personas, la sociedad en general: al fin y al cabo, lo que le interesa al público no es conocer con detalle los engranajes de la sociedad del conocimiento sino reconocer los mecanismos y oportunidades de su proyección democrática.

Hay muchos debates sobre este gran tema en curso, y de nuevo, tengo el convencimiento de que esta obra (cuya «mundiformidad» habla de los dispositivos móviles con los que accedemos a Internet y adopta como libro la forma del mundo con el que dialoga y en el que está inserto) puede servir para reconocer dónde están a día de hoy las verdaderas controversias y dónde, sin embargo, solo hay debates ciertamente interesantes, pero en los que quizás ya se ha dejado de capturar el presente. Enrique Alonso nos permite ver dónde radican las cuestiones importantes, las encrucijadas de El nuevo leviatán:


«¿Es posible ofrecer contramedidas a esta derivada del neoliberalismo de finales del siglo XX? Es cierto que el usuario es en definitiva quien sustenta la Red. Lo hace a través de su presencia generando una nueva especie de plusvalía, la plusvalía digital, consistente en el tiempo que empleamos en usar un recurso o plataforma en la Red. Esa plusvalía es, como hemos visto, la base de la economía de buena parte de los agentes que hemos tratado en capítulos anteriores. ¿Se la podemos negar, podemos reclamar un retorno de esos beneficios? Ciertamente podemos, y quizá hasta debemos, pero la reapropiación de las plusvalías no es nunca un proceso simple ni inmediato. […] Pienso más bien que la reapropiación política de la Red desde el poder ciudadano no vendrá de un asalto directo a sus instituciones y formas de gobierno, sino de una acción indirecta canalizada desde el poder político tradicional forzado mediante el uso de las herramientas que la Red ofrece. El efecto de esta paradójica cinta transportadora podría ser empleado para poner en la mesa asuntos que están fuera de la agenda en el momento presente, pero que son los únicos que pueden recalificarnos a una forma digna de ciudadanía en la Era digital.» (2015, 199-200)

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