Ana de Miguel (2015) Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección. Ediciones Cátedra, Madrid, 1ª edición, 352 págs. ISBN: 978-84-376-3456-2
Reviewed by María G. Navarro
Isegoría. Revista de filosofía moral y política 54 (2016) 351-355
La mayoría de los libros se recuerdan por lo que puede leerse en ellos; sin embargo, los hay que destacan por lo que consiguen hacer. El impacto de estos últimos es aún mayor si en sus páginas se debate la razón de ser de las causas comunes, o sea, si transforman comprensiones previas, disputan sistemas de creencias o forjan —más y mejor— «autoconciencia como especie».
Neoliberalismo sexual. El mito de
la libre elección está concebido de acuerdo a las complejas exigencias de este último canon.
Un canon que podríamos asociar aquí con este improvisado lema: «escribe y lee
de tal manera que las acciones de debatir, disputar o forjar crítica estén
siempre encaminadas hacia la mejora de nuestra autoconciencia como seres
humanos». Se supone que los libros de filosofía deben cumplir con el requisito
antedicho; aunque no siempre es así. Sabemos que gran parte de esas ilustres obras,
escritas por insignes varones —tal y como suele decirse— han promocionado y
vehiculado una imagen previamente sesgada y distorsionada de la especie humana
y de su dignidad. La filosofía feminista que propugna Ana de Miguel en este
libro responde a lo que subrepticiamente estoy entendiendo aquí por canon vindicativo. De Miguel analiza la
función del mito de la libre elección en sociedades, economías y culturas
neoliberales; de acuerdo a dicho mito, si a cualquiera de nosotras/os se le
impone un precio —queriéndolo o sin querer—, cualquiera de nosotras/os se puede
comprar.
«Los cuerpos de las mujeres
ofertados tras los escaparates, introducidos en las copas con que las luces de
neón anuncian los burdeles de las carreteras; los cuerpos de las mujeres, pechos
y culos que ilustran las tarjetitas que encontramos a diario en nuestros
coches, en los cajeros, en los suelos, estos cuerpos troceados constituyen la
metáfora simbólica y la realidad material del nuevo mundo que se configura como
futuro previsible y hasta deseable. Solo cuentan tu deseo y tu dinero en la
cartera. Ya se encarga el mercado de que haya cuerpos disponibles, que
consienten.» (pág.10)
Vivimos
en una época adicta a la exploración de las posibilidades de lo humano: ya no
basta hablar de supervivencia, hay que perfilar la dichosa vaguedad del
proyecto evolutivo destacando para ello acaso la mejora, la superación, la
réplica, o el transhumanismo, etc. Nadie hallará en la compleja bibliografía
existente hasta la fecha sobre posthumanismo una llaneza moral, una rotundidad
intelectual semejantes a las empleadas por De Miguel en la anterior cita para
describir fenómenos así de ¿anodinos? Por ese motivo, llama la atención que con
la descripción de fenómenos así de cotidianos (e.g. pechos y culos que ilustran
tarjetitas por doquier), Ana de Miguel consiga sin embargo hacer revivir en su
lector un desacuerdo radical, que apela a nuestra común disposición para
percibir la molestísima indignidad de esa anodinia. ¿Cómo lo consigue la
autora? ¿Qué hace este libro con nosotros, sus lectores? En primer lugar, la
autora nos confronta con un diagnóstico de índole político-moral con el que la
filósofa consigue desenmascarar la razón de ser del neoliberalismo —y de esa
«tenebrosa centralidad del sexo» en palabras pronunciadas por Amelia Valcárcel
durante una de las presentaciones dedicadas a esta obra que tuvo lugar el 24 de
noviembre de 2015 en el Centro Cultural Casa de Vacas en
el Parque del Retiro de Madrid. Solo a través de la confrontación político-moral
con directas alusiones a esa «tenebrosa centralidad del sexo» pueden llegar a
producir en nosotros no solo indignación sino hartazgo aquellos argumentos
esgrimidos por quienes no solo creen que (el mito de) la libre elección basta
para comprender y justificar la decisión de prostituirse —de ser puta—, sino
igualmente —por idénticos motivos y razones— la de ser un putero. En un texto en que resuena la influencia de
la politóloga nórdica Jónasdóttir leemos:
«Al igual que la capacidad humana
de trabajar es fuente de valor y genera una plusvalía que la clase capitalista
extrae a la clase trabajadora, en las sociedades patriarcales los varones
extraen una plusvalía de dignidad
genérica en todas y cada una de sus interacciones con las mujeres. La
capacidad de amor del ser humano, entendida en un sentido amplio, es un recurso
humano capaz de crear valor, en este
caso reconocimiento, dignidad y bienestar para los sujetos que lo reciben. El
problema reside en que la política sexual o la organización política del amor
patriarcal determinan que las mujeres entreguen su amor sin reciprocidad, por
lo que no solo resultan explotadas sus capacidades sino que viven con un
continuo déficit de reconocimiento y bienestar, de “amor”.» (pág. 41)
El
devastador efecto de la producción —a gran escala— de episodios cotidianos por
medio de los cuales determinados cuerpos troceados tienen la función de
reforzar la lógica neoliberal del mito (tal vez global) en el que estamos
instalados solo puede ser contrarrestada por medio de procedimientos y tropos
relacionados, precisamente, con su directísima alusión. En mi opinión, este es
uno de los aspectos más fascinantes del estilo comunicativo del libro y de la
autora. No siempre las virtudes comunicativas de una persona se presentan de
una manera tan conciliada, en un continuo que va desde la voz a la palabra
escrita, de lo denunciado, de lo exclamado en innumerable cantidad de foros a
lo argumentado en otra cantidad de ensayos, artículos científicos, cartas al
director, artículos divulgativos, prólogos, libros coordinados, etc. Esa
armonía o conciliación entre la cultura oral (con ayuda de la cual divulga,
hace academia, o simplemente se hace oír) y la cultura escrita, textual, suele
estar relacionada con el esfuerzo por conformar la propia credibilidad
académica a la que, por lo general, y de manera lamentable, no se nos pide
estar atentos. Ese esfuerzo, fundado en ese criterio —el de la credibilidad
académica que comienza por la máxima «no solo defiendas aquello en lo que
crees, además, y, por si fuera poco, pon, preferiblemente, vital atención en
ello»— es lo que lleva a la autora a
elegir el estilo utilizado: frontal pero correcto, pertinente, certero al
apuntar, confiado en los puntos de vista defendidos y rotundo. Es este un
estilo que, en muchas ocasiones, ella misma ha relacionado indirectamente con
una famosa afirmación de Celia Amorós según la cual «conceptualizar es
politizar», expresión a la que De Miguel suele añadir «hacer ver». Pues bien,
como si se tratara de un silogismo subsuntivo, la franqueza y rotundidad de Ana
de Miguel pueden entenderse como la consecuencia de preferir ciertas virtudes
epistémicas, a saber, las que se siguen de aplicar la conocida divisa
vindicativa: «ante todo, prefiere hacer ver». La pertinencia de la máxima puede
justificarse desde un punto de vista transcendental, pero lo cierto es que, de
nuevo, basta acudir a los hechos para hacerse una idea de su necesidad, ya que
«La mayor parte de las mujeres de
todos los tiempos y sociedades han negado ardientemente la existencia de una
sociedad sexista. Comprender esta invisibilidad de la desigualdad sexual es
comprender que para la mayoría se solapa con el orden normal y natural de las
cosas.» (pág. 33)
El
sistema de valores patriarcal que han negado y niegan «ardientemente» en la
actualidad muchas mujeres es el eje vertebrador de una concepción de la
política que sanciona directamente valores como el de la igualdad, o los de
equidad y justicia.
«La desigualdad sexual es también
una profunda raíz material y psicológica de la que se nutren el resto de las
desigualdades sociales. El problema del hambre, de las guerras, también se
relaciona con la férrea interiorización de los valores de la desigualdad desde
la infancia, que enseñan a convivir con la desigualdad como lo normal y
natural, consustancial al género humano. Sin embargo, uno de los principales
problemas del feminismo sigue siendo el de hacer visible e injusta esa
desigualdad para la mayor parte de la opinión pública.» (pág. 53)
Quien,
ante todo, prefiere «hacer ver» se compromete con exigencias de concreción que
van más allá de la retórica, y que demandan la atención y el cultivo de las más
elementales manifestaciones, expresiones certeras de credibilidad. Son esas
formas, las formas de la credibilidad, las necesarias para poder hablar en
público de todo lo que —precisamente en público— ya nos encargamos todos de
proscribir (e.g. no solo habría que hablar de prostitutas sino, sobre todo, de
puteros, etc.).
Como
solo el camino que va de las consecuencias a las causas nos permite «hacer
ver», la capacidad para reconocer y establecer diagnósticos también forma parte
de esas exigencias de credibilidad y franqueza que —a mi modo de ver— permean
el libro Neoliberalismo sexual.
«Virtudes epistémicas» he dicho… acaso haya que empezar a hablar, sin más, de virtudes de la vindicación. Tanto la
insensibilidad con la que nos percatamos del desdoblamiento y desmembramiento
(¿retórico?, ¿visual?, ¿acaso simbólico?) de cuerpos y expresiones, como la
asombrosa facilidad con la que esas mismas imágenes hallan en el mito
neoliberal una lanzadera para reforzar al instante su supremacía constitutiva
(i.e. «patriarcado de consentimiento») son efecto de una estratégica acción conceptualizadora plasmada hasta la
saciedad en un merchandising que
repite machaconamente «vuelta al rosa y al azul». Y es que «lo femenino -como
diría Mary Wollstonecraft- ha resultado ser un fantasma. Pero que cotiza en
caja y vende mucho. La poderosa industria de lo femenino» (pág. 79). A pesar de
todo ello, tal y como puntualiza De Miguel, es importante no dejar de reparar
en la tarea, pues no basta tomar nota, «hacer ver» es —ante todo— una acción
colectiva, en ocasiones también grupal, con la que se persigue defender la
razón de ser de las causas comunes.
«La educación en el rosa y el
azul, además de ser injusta, es una causa de sufrimiento adicional para muchos
niñas y niños que ven segado el desarrollo de sus capacidades. (…) Pocas
personas estarán en desacuerdo si les decimos que hay que educar a las
generaciones en un equilibrio entre lo racional, lo afectivo y el esfuerzo.
Pero para ello hay que actuar sin fingir una falsa neutralidad: el apego, la
empatía y la solidaridad tienen que ser especialmente trabajados por los varones.
Y la firmeza, la osadía y la seguridad en sí mismas en las mujeres.» (pág. 84)
Para
volver a hacer notar a las mujeres y varones de nuestra época que viven bajo el
efecto de un proceso conceptualizador —entreverado de brutal merchandising—, en el que se descompone
y casi evapora la razón de ser de bienes epistémicos que consideramos logros
colectivos (e.g. la igualdad ante la ley), Ana de Miguel presenta este libro
como un camino (de caminos) inspirado en un modelo de razonamiento orientado a
fines. Si «hacer ver» sirve para transformar, «hacer conocer» es fundamental
para forjar criterios y actitudes, y movilizar.
En la primera parte, la pregunta que orienta la exploración teórica de la
filósofa y activista es «Dónde estamos: desigualdad y consentimiento». En la
segunda parte del libro, Ana de Miguel hace memoria y nos recuerda «De dónde
venimos y cómo lo hemos hecho». En la tercera parte, nos interroga a todos, y
nos demuestra que es posible enderezar el rumbo, pero solo si sabemos «Hacia
dónde queremos ir: hombres y mujeres juntos». Parece razonable interpretar el
objetivo último del libro como parte de un proyecto de fundamentación e
inspiración de políticas futuras de igualdad y equidad. Después de todo, tanto
el camino emprendido por De Miguel para divulgar y diseminar los resultados de
su investigación sobre este tema, como su poderoso estilo comunicativo —que nos
transmite una indignación en la que laten genuinas virtudes vindicativas,
precisamente, porque su fuerza emana del reconocimiento de una dignidad nunca
arrebatada— se pueden entender a la luz de ese propósito movilizador, de
naturaleza política.
Un objetivo de esa naturaleza exige, en primer lugar, un gran esfuerzo de
exposición pública —como la que ha llevado a cabo su autora durante varias
décadas—, necesaria para que muchas personas puedan identificar una voz de
denuncia firme en contra del mito de la libre elección y del consentimiento en
el tema que aquí nos ocupa (i.e. la prostitución y el tráfico con seres
humanos). También a su autora debemos el hecho de que la perspectiva
abolicionista —cuya fortaleza en Europa se está poniendo de manifiesto siendo
ya previsible que aumente su liderazgo— forme parte en nuestro país, y en el
resto de países de habla hispana, de un entorno de debate y controversia —más
lo primero que lo segundo, en algunos casos— que contribuye no solo a aumentar
su visibilidad, sino a garantizar su publicidad y, por consiguiente, un acceso
libre a su comprensión.
Así mencionadas, en estas etapas (e.g. relativas a la defensa pública de un
punto de vista, con todos los riesgos que ello conlleva, así como a su
integración dentro de un complejo entramado teórico de perspectivas mantenidas
por otros teóricos y especialistas), Ana de Miguel ha demostrado que el grado
de compromiso que ha exhibido públicamente con sus propias tesis ha contribuido
a que en nuestro país —y no solo— se disponga ya de (1) un auténtico espacio
público para la recepción de sus argumentos y concepciones, así como (2) un
espacio simbólico para el emprendimiento y desarrollo de políticas públicas
específicas —que podrían encontrar fundamento e inspiración en este libro— con
las que dar cuenta de un debate que algún día estará —o se percibirá— «ganado».
En
suma, este libro constituye una revisión histórica de los logros alcanzados por
la filosofía política feminista. Pero es, además, una revisión histórica
singular y necesaria para dar a conocer de nuevo a ese «gran público» —aquel al
que nos referimos a día de hoy cuando hablamos sin más de «la gente»— no solo
el formidable y complejo «argumentario» feminista —en verdad, apenas conocido
por quienes lo disputan desde sus diferentes orillas cuando renuncian a la
vindicación— sino, sobre todo, para dar a conocer a gente de todo tipo el
impresionante logro epistémico colectivo que supone la historia del feminismo.
Por último, resulta admirable la capacidad con la que la filósofa y activista
nos muestra que, cuando de verdad se conoce e interpreta consistentemente, en
una misma tradición de pensamiento se puede encontrar la caja de herramientas necesaria para recorrer un camino sin que en
él sobre nadie, y arreglar con seguridad, osadía y coraje todo lo que vemos que
ni es justo ni funciona para uno mismo ni para cualquier otro ser humano. La
vindicación ético-política que defiende esta pensadora apela a la razón de ser
de las causas comunes por el que cabe reconocer el pensamiento político
feminista, según el cual, y en palabras de la propia autora:
«La teoría feminista es una
teoría crítica del poder y no una teoría neoliberal de la preferencia
individual. Pero la visión individualista del feminismo no deja de extenderse
desde posturas que, en última instancia, defienden lo que de hecho existe y
renuncian a transformar la realidad de acuerdo con principios y valores,
renuncian a situar la igualdad como el único trasfondo posible de la libertad.»
(pág. 339)
María G. Navarro (2016) Vindicación de la razón de ser de las causas comunes. Isegoría. Revista de filosofía moral y política 54: 351-355.
María G. Navarro (2016) Vindicación de la razón de ser de las causas comunes. Isegoría. Revista de filosofía moral y política 54: 351-355.
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